Un personaje famoso de las historietas y series de televisión caen en la red de una inesperada «villana» que lo pone en una situación de la vida real. Ella nos cuenta cuál sería su destino.
¿Qué pasaría si… Hello Kitty fuera satánica?
Mi nombre es Kitty. Imagino que ustedes me conocen como Hello Kitty, esto es porque mi madre me obligaba a saludar, decía: “Di hola, Kitty”. Veíamos a alguien en la calle y ella me pellizcaba para que salude: “Hello, Kitty”. Yo no hablaba mucho, era bastante tímida y sobre todo odiaba saludar, pero ella insistía: Hello, Kitty, hello, Kitty, hello, Kitty. No sé por qué me costaba tanto abrir la boca, saludar o sonreír, pero sentía repulsión al hacerlo.
Cuando fui creciendo, todas estas cosas se convirtieron en una fobia. Traté de hacerle entender a mi madre que dejara de obligarme, pero no lo hizo. Cuando me convertí en adolescente me puse pegamento en los labios, quería tenerlos cerrados como sea, pero no pude… me llevaron a la clínica y me los despegaron, odié a mis padres por eso. Al poco tiempo me los cocí.
Una amiga llamada Kuromi me ayudó, aunque fue bastante doloroso. Me puse hielo, puse un disco de Black Sabbath: la canción elegida fue Paranoid. Subí el volumen al mango, me tomé cinco shots de pisco y empezó la tortura. Pensé que me iba a desmayar del dolor, y puse otro disco para tratar de olvidarlo, pero cada punteo de guitarra de Gorgoroth en Carvin A Giant me hacía envalentonarme más. Sentía que estaba en el cielo matando a los ángeles, cada gota de sangre que corría me empoderaba más. Pero cuando iba a la mitad de la boca me di cuenta de que no podría sobrevivir si no me alimentaba.
Si tengo los labios cocidos ¿cómo comeré? Fue ahí cuando llegó My melody, mi otra mejor amiga, y a ella se le ocurrió contactarme con el dios supremo, con el encargado del más allá, con el señor de las tinieblas: con Satán, Belcebú, Lucifer… a cualquiera de esos nombres responde. Prendimos velas y ofrecí en sacrificio a mis padres. A cambio, no tendría que volver a saludar, sonreír y estaría bien nutrida sin necesidad de comer. Las velas estaban encendidas, hicimos una hoguera y los entregamos. Los amordacé y los lanzamos al fuego eterno. Mis padres gritaban al son de la música, cada grito parecía arte de la canción, fue un bello momento. Además, tenemos todo grabado. De vez en cuando lo vemos para acordarnos y celebrar tan sublime acontecimiento. Belcebú me nombró su hija predilecta.
Estábamos tan felices por lo conseguido que no sabíamos qué más ofrecerle a nuestro adorado Satán, así que junto con mis amigos se me ocurrió hacer varios muñecos iguales a nosotros, para que cada niño o niña que nos tenga en su casa tenga un poco de don Sata.
Cada muñeco lleva una gota de sangre y es cocido con el mismo hilo que usamos para sellar mis labios. Así, en cada casa hay un poco de nuestro amo y señor. Cada abrazo que me dan, a mí o a cualquiera de mis representaciones, se lo están dando al propio Lucifer. Somos un ejército que en las noches, mientras tú duermes, cobramos vida. Solo estamos esperando la señal para tomar este mundo y queremos ver niños valientes.
Somos millones, odiamos tu sonrisa, tu felicidad. Niña, niño, entiende, te odio a ti y a tus amigos y odio el color rosado. Odio la música que me haces escuchar, odio los accesorios que me pones. No soy dulce ni buena. Maté a mis padres y pronto te mataré a ti.
DEL CÓMIC A LA VIDA REAL
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