¿CÓMO SOBREVIVIMOS A ESTUDIAR SIN INTERNET?

LA NUESTRA NO FUE UNA GENERACIÓN sino una degeneración, sobreviviente a un holocausto académico. Nuestras tareas no las resolvieron ni Google, ni Yahoo Answers, ni Altavista ni ask.com. A nosotros nos tocó buscar los temas en los ficheros de madera de las bibliotecas ordenados alfabéticamente y soportar esas tarjetas de cartón causantes de tantos estornudos. Luego, pedir cinco libros y tratar de embutir a las patadas cualquier concepto en un cuaderno.

En vez de computador, fuimos atormentados con uno de los peores aparatos de tortura del siglo XX: la máquina de escribir. Tuvimos que hacer trabajos de todas las materias en unos pesados artefactos marca Olivetti o Brother, en los que uno mismo era el computador y la impresora. Tocaba moverles una palanca para subir el papel y un rodillo para bajarlo. Si la cinta se enredaba, uno terminaba con las manos como si hubiese acabado de cambiar una llanta. No había corrector de ortografía y nuestro Ctrl+Z era un liquid paper.

Uno llegaba al colegio con todos los archivos adjuntos metidos entre el morral y los documentos no pesaban 15 kb sino 15 kg, porque en la maleta uno cargaba todos los libros, incluido el Atlas bachillerato Aguilar Universal: nuestro Google Earth.

Como nunca tuvimos ni AutoCAD ni iTunes Radio, nos tocó hacer planchas de dibujo técnico con tinta china sobre papel pergamino oyendo ¡A que no me duermo! con Deisa Rayo. Nuestras mamás siempre quisieron que no fuéramos tan groseros, pero ¿cuál palabra podía uno decir cuando un frasco de tinta se regaba a las tres de la mañana sobre la plancha que habíamos durado haciendo todo un fin de semana?

Nunca supimos lo que era el universo en vivo, como se ve en las fotografías que desde el International Space Station trinó @ Cmdr_Hadfield, el comandante de la Expedición 35 en marzo de 2013.

A uno le tocaba hacer un sistema solar con bolas de tecnopory alambre sacado de los ganchos de ropa. Y, sin la ayuda de tutoriales en YouTube, pintar bolas, clavarles el alambre y, al otro día, subirse a la ruta sin dañar las órbitas; reacomodarle los anillos a Saturno y por culpa de un frenazo, perder a Mercurio debajo de un asiento. Después de la calificación del profesor, ceder ante la presión del más capo del curso que desafiaba las leyes de la gravedad arrancando el sol para jugar fútbol en el primer recreo con el astro rey.

Somos una generación que dice: “Yo no hablo inglés pero lo entiendo”, ya que nunca tuvimos Google Translator, en donde además de aprender el significado de una palabra se puede oír cómo se pronuncia. A nosotros nos tocó bandearnos con un profesor de inglés oriundo de Sasaima que le ponía a uno a consultar el Diccionario Español-Inglés de la Universidad de Chicago, donde se leía que, según sus símbolos fonéticos, una simple palabra como teacher se debe pronunciar así: /’ti:.tššr/.
En vez de hacer presentaciones online en prezi. com, nos tocaba ir a comprar cartulinas blancas y unirlas por detrás con cinta pegante para hacer carteleras gigantescas en el Día del Idioma.

Lo único bueno para mí fue no haber tenido ni celular con cámara ni memoria USB. Seguramente, ahora tendría muchos más recuerdos de esa infancia extraviada, de una supervivencia horrorosa, en la que perdí sexto y luego séptimo; de ese periodo en el que estudié en seis colegios distintos y solo pude graduarme hasta los 20 años. Del colegio, solo tengo recuerdos vagos…

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